El movimiento ficticio y el dominio de lo aparente
Nosotros somos partidarios de la organización, pero la organización no puede ser un problema en sí misma, aislada de la lucha; un obstáculo para acceder al combate de clase. El conjunto organizativo despegado de la realidad cae en el dominio de lo aparente y se eleva a la categoría de catedral en el desierto. En su interior se producen todo tipo de disputas entorno a las estrategias y tácticas, que nada tienen que envidiar a las reales; sólo que todo sucede en mundo ficticio. El motivo de esta situación se deberia buscar en la existencia de pequeños centros de poder que empujan a muchos compañeros a rotar en torno a ellos, mientras los pocos que administran estos centros, en base a la ley de cualquier organización de poder, no pueden hacer otra cosa que continuar administrándolos. Nos parece que estos compañeros, aunque de buena fe, son responsables directos de esta situación si continúan sin hacer nada al respecto. Es verdaderamente extraordinario el esmero con el que son embalsamadas ciertas momias por quien debería ser por definición contrario a todo tipo de conservadurismos. En sustancia es la ilusión producida por la apariencia lo que empuja a estos compañeros a comprometerse en algo que no tiene sentido si no es considerado un fin en sí mismo. De ahí las grandes fatigas para mantener en pie organizaciones que sólo tienden a perpetuarse a sí misma esperando que llegue el día glorioso de pasar a la acción. El proyecto revolucionario anarquista parte del contexto específico de la realidad de las luchas. No es un producto de la minoría, no es elaborado por ésta y exportado al movimiento de los trabajadores, que lo adquiere en bloque o a plazos. El proyecto revolucionario no es ni siquiera una realización acabada en todas sus partes. Los anarquistas no deben imponer su conciencia de minoría revolucionaria a la clase trabajadora. Actuar en este sentido significa, involuntariamente, perpetuar la violencia leninista. Al contrario, participando en el proceso de autoorganización de la masa, trabajando dentro, no como teóricos políticos o especialistas militares, sino como masa, se puede evitar el obstáculo insuperable de la minoría separada que intenta «viajar» hacia la totalidad de la masa, pero no sabe decidirse sobre la metodología a emplear. Es necesario partir del nivel real de las luchas, del nivel concreto y material del combate de clase, construyendo pequeños organismos de base, autónomos, capaces de colocarse en el punto de coincidencia entre la visión total de la liberación y la visión estratégica parcial que la colaboración revolucionaria hace indispensable. No se trata pues de propaganda, de «hacerse conocer» por las masas, no se trata de acceder a los grandes medios de comunicación, no se trata de hablar en televisión a millones de espectadores; se trata de realizar en cada hecho de la lucha de masa la conciencia revolucionaria de la minoría, transformando en hecho-concreto la conciencia que en convento minoritario, quedaba en simple abstracción; haciendo que la necesidad del comunismo advertida por las masas se realice, poco a poco, en una concreción cotidiana, en una organización material de la vida.
¿Qué movimiento?
Pero, en definitiva ¿qué cosa debemos entender por movimiento anarquista? Pensamos que debe ser entendido en el sentido más amplio de término, como el conjunto de todas las fuerzas que luchan por la realización de una revolución social libertaria; pero pensamos también que la cristalización oficial de algunos componentes de este movimiento, el ponerse cómodo sobre temáticas escolásticas, el encerrarse en conventos que escupen sentencias de absolución o condena, haya acabado, al día de hoy, por transformar la parte más grande de este movimiento en un pesado e inútil carrozón ideológico. Sin embargo, más allá de la estructura, que está matando todo, hay compañeros, individuos que intentan luchar por su ideal, que ven con claridad como este choque continuo con la estructura acaba por oprimirlo cuando debía exaltarlo y hacerlo realizable. Estos compañeros son los destinatarios privilegiados de nuestro discurso.
La organización
La organización específica de las masas explotadas se da a través de la autoorganización. Esta puede extenderse en el curso del combate y del desarrollo de las contradicciones, pero sin perder su fundamento espontáneo de autorregulación. Esto garantizará la persistencia de una estructura horizontal, única salvaguardia para continuar la lucha. El aislamiento es la causa de la derrota revolucionaria, no sólo sobre el plano militar, sino, más todavía, sobre el político. Ello no es posible cuando el organismo actuante no es producto de un dualismo (organismo de masas-organización específica), sino que es la masa misma la que extiende su actividad estructurándose de modo autónomo. Todo está todavía por hacer en esta dirección. La masa desarrolla e incrementa diariamente su necesidad de comunismo, elabora su propia teoría, determina sus enemigos. No podemos continuar quedándonos en lo cerrado de nuestros grupos, meditando análisis y proponiendo estrategias de acción como producto de un organismo que se considera interlocutor privilegiado de la masa. Debemos poner al revés el razonamiento, dejar de contarnos y comenzar a contar a los explotados y guettizados.
De nuevo sobre el error del crecimiento cuantitativo de la minoría
La vieja ideología cuantitativa se puede transferir bajo la forma de objetivación de la minoría misma. El compromiso por la lucha viene dado por la búsqueda del crecimiento del movimiento específico, de la minoría. No debemos basarnos en las propias perspectivas y en los intereses propios, utilizando las ocasionales instancias del movimiento de los trabajadores como detonador del proceso de desarrollo y de amp!iación, sino, al contrario, el punto de partida debe ser la transformación de la realidad misma, esto es, la transformación de la relación existente entre autoorganización y delegación de las luchas. Por eso, el «terreno» sobre el que comprometerse sólo puede ser el propuesto por los estímulos de la realidad misma, tomando en cuenta, como sabemos, que estos estímulos están divididos entre el empuje hacia la autoorganización de las luchas y el impulso hacia la delegación. Si en un barrio crece el descontento por ciertas carencias del poder que causan disfunciones (aumento de la explotación), esto no significa que el barrio esté dispuesto a autoorganizar la lucha para resolver el problema inicial, hacer disminuir la explotación que lo golpea y pasar a profundizar la lucha por otros objetivos más generales y más específicamente revolucionarios. A menudo, todo lo que está dispuesto a hacer es esperar para ver qué camino es el más eficaz para obtener aquello de lo que carece.. Por este simple motivo, sindicatos y partidos pueden en todo momento obligar al poder a eliminar las contradicciones y, haciéndolo así, a apagar las luchas. Nuestra tarea no puede ser, por tanto, sólo la de llegar antes que ellos, sino la de introducir la lucha en un cuadro más amplio, en un proyecto revolucionario más complejo, que pueda desplazar la relación autoorganización-delegación! del lado de la autoorganización. Y esto no es posible encerrándose en el hecho en cuanto tal, en la acción como fin en sí misma, o peor todavía, en una perspectiva de crecimiento cuantitativo de la minoría. En estos últimos tiempos, la necesidad de comprender bien esta relación se hace más apremiante. Podemos decir que el disenso se ha institucionalizado. La contestación, el formular peticiones no ortodoxas, una cierta animosidad de la base, cosas que hasta ayer causaban un cierto pánico en los sindicatos y en los partidos, hoy pueden ser objeto de debate en las instituciones. Mediante la discusión, la apertura, las asambleas de base, el diálogo, se impone, de forma limpia y sin escorias, lo que quiere el poder. Por tanto, el obietivo de intervención no puede ser establecido a priori, sino que va delimitándose en el curso de la intervención misma y sobre la base de las modificaciones que ello causa sobre la realidad de las luchas. No puede valorarse en base a resultados objetivos inmediatos por alcanzar, porque esta también puede ser tarea de partidos y sindicatos; no puede ni siquiera valorarse en base a una ideología a priori, que acaba por hacerse afirmación maximalista y, muchas veces, inoperante frente a una realidad que se va estructurando sobre una serie de contradicciones. Si, por ejemplo, nos limitásemos a denunciar las condiciones de los encarcelados, seríamos sin duda útiles a los compañeros a los compañeros que sufren la represión; pero limitándo. nos a esto, condenaríamos nuestra intervención a quedar en manos de una minoría externa que se acerca a la realidad y la divisa, se bate por ella y, - al límite, hace algo por cambiarla a mejor. Pero este «cambiar a mejor» es útil también para el poder que, antes o después, debe también decidirse a adoptar sistemas más refinados y socialdemócratas de represión; sistemas igualmente, si no más, eficaces. La acción práctica de la minoría es la realidad de las luchas es, pues, la de impulsar el desarrollo de la autoorganización, rompiendo con el delegacionismo y el dirigismo, aunque esté camuflado de proyecto revolucionario.
La fragmentación de la realidad de las luchas
La existencia misma del poder y de la explotación es el indicio más seguro de la fragmentación de la realidad de las luchas. En caso de que éstas lograsen fundirse en una acción homogénea, es decir, hiciesen prevalecer la tendencia a la autoorganización, el poder sería barrido. Y dado que este último aprecia perfectamente el peligro, se organiza en consecuencia. Sus aliados más eficaces: los partidos y los sindicatos. Esta fragmentación no se traduce en una distinción de niveles según la presencia reformista, tecnocrática o revolucionaria. Es una fragmentación que desciende en vertical, en profundidad. Una realidad de lucha en una fábrica, barrio, guetto, escuela, manicomio, etc. no es nunca calificable como «realidad» reformista, tecnocrática, revolucionaria, etc., siempre tiene un conjunto de problemas y de estímulos que la caracterizan, un conjunto de tendencias y prejuicios, de separación y de empeño, de compromisos y de toma de conciencia. Sólo cerrando los ojos se puede admitir, por definición, que la minoría es monolítica porque ha tomado conciencia, mientras que la realidad es fragmentaria porque ha de ser conquistada por la minoría. En realidad las cosas son muy distintas, el proceso es, para ambos elementos de esta relación, una tendencia y una constante modificación.
Alfredo M. Bonanno
Este texto fue publicado en Ekintza Zuzena nº 16. http://caosmosis.acracia.net/?p=137
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